Sunday, October 19, 2008

Precisamente: mirando los días pasar.


Dicen que el tiempo logra cosas varias de amplio espectro. Me refiero a que borra las heridas, ayuda a conocer lo aprehensible que, en realidad, siempre allí había estado, permite comprender hasta lo irremediable que en una primera impresión había sido poco pensado de ser entendido. La abstracción misma del concepto, creo, lo convierte en un irrepresentable canónico ya que múltiples interpretaciones se abren a las significaciones subjetivas que pujan por ser volcadas. Esto quiere decir, para poder hacer precisamente lo que estoy criticando –faltaba más- que es sintetizar en pocas, o no, palabras qué es el tiempo: un articulador de nociones desdibujadas, casi tan efímeras como una nube e inabarcables como un océano que recorre más de un arbitrario punto cardinal.

Pues bien, empero, la paciencia (no)infinita es inherente a esta idea y su representación no es fácil de ser poseída. En otras palabras, es un facilitador escaso que aflora en diminutas posibilidades de simbolizar lo imaginario: hacerlo –convertirlo- en una estructura con límites pocos precisos pero necesarios para poder esquematizar su volumen. Ambos, tiempo y paciencia no están articulados, sino que están sumidos a la misma atadura: nudo relacional no interaccionista que vitaliza una única gestalt irreal, sólo hasta que es evocada y rellenada de valor.

Sin más rodeos, conviene en este momento introducir la noción de distancia que separa dos puntos cualesquiera que hacen que el tiempo sea tal. Para que la propiedad de mesurable sea propia del concepto principal de este escrito, una vez más, la arbitrariedad que sólo nuestra especie podía significar precisa ser puesta en escena para verbalizar una unidad ficticia que permita comprar. Entonces, es así como el tiempo avanza a detrimento de dejar allá atrás su punto de partida, fijado, relevando nuevamente la idea de mentiroso, para acercarse a un fin. En tanto y en cuanto esté definido también como punto falso que por oposición no es salida a no ser que tenga un homónimo, distinto al anterior que lo resignifique como origen.

Ya si es necesario, y dependiendo de cada situación en sí, o sobre su naturaleza no pretende ser abarcado y desarrollado en estas líneas. Pero desde mi humilde opinión, no trata de ser un texto científico por lo tanto mi pensamiento está permitido (de todos modos, podría señalarse acá que mientras la escritura siga siendo un don netamente humano la subjetividad siempre se hallará presente en cualquier oración que leamos) puedo esbozar que más que necesario es dependiente del sistema mismo que nos constituye, construye como personas.

Deseo ahora alejarme brevemente de lo que hasta aquí se ha argumentado para expresar con la menor cantidad de letras posibles mis sentimientos. No es la primera vez, ni tampoco será la última, que utilizo este medio para dar forma al magma de sensaciones que mi mente y cuerpo, o sea, mi Yo, registra. Tampoco sé, nunca lo supe de hecho, si este organizador personal tenía como fin la comunicación a un destinatario real o si ese real destinatario no era otro más que mi Yo mismo disfrazado de otro. Por lo pronto, esto segundo sí lo puedo afirmar. Es simple, al terminar de escribir suelo leer lo que escribí. La segunda sentencia, entonces, es válida. Sobre la primera, dudas tengo al respecto y no podría asegurarlo aunque sí podría realizar una estimación al respecto: existe, en algún lugar de esta infinidad del todo, otro que es puesto en lugar de receptor del mensaje.

Sin duda alguna, por tratarse de humanos, es un otro de carne viviente la figuración de cajón que albergará estas ideas. Así es como reflexiono acerca de lo que anhelo, en términos de deseo vívido y real, sin miedos a equivocarme en la elección del término, y puedo manifestar que siento que lo que sentí sí es necesario. Hoy cuando trataba de ponerle palabras a la nada misma, o sea, a lo puramente abstracto, curiosamente me atravesó un concepto que más allá de tratar de llenar un hueco su significación misma era simbólica de lo que me pasaba: vacío. Esa fue la palabra que encontré para dar cuenta de la rareza grandiosa que sentía.

Inmediatamente, como acción reparadora y bastante predecible para mi Yo, la socialización del sentimiento sentido no pudo faltar y trató de soslayar la importancia del hecho mientras que tejía una red contenedora de lo que jamás podría escaparse. Claramente, la representación de algo que sí existe puede llegar a ser considerada como una inscripción, pero no así algo que no tiene límites, y acá sí que no me refiero a lo abstracto sino más bien a la idea misma del concepto, podrá ser contenido. Vacío de qué, no lo sé. De todos modos, conservo un recuerdo que aún hoy, muchas horas después puedo evocar para recordar su asociación directa. Es un olor simple, pero propio. Simple como al más acá al que remite.

Paciencia. Retomando el breve comienzo que hasta acá parecía innecesario pero que aquí al final explica un poco mejor mi forma de pensar. Paciencia misma que decía, líneas más arriba que es inherente al concepto que describí en el origen: el tiempo. Dicen que el tiempo dirá. ¿Qué? Ni ellos lo saben, al igual que yo –esta vez yo con minúsculas y al mismo tiempo, no tiempo de lo que expliqué sino otro tiempo, con mayúsculas porque hablo de mí, esto es, mi Yo- lo sé pero sí deseo desde lo más profundo de mi ser, que me traiga una respuesta inmediatamente. Casi de manera fantasiosa como un pequeño chiquito que cree en aún en los ogros malvados y cuentos de hadas de colores pasteles.

oO°o°