Wednesday, August 15, 2007

En algún momento antes del quince de Mayo


Cuando Mariano se despertó apenas atinó a abrir los ojos para no tropezar al bajar de su alta cama. Aún dormido en una dimensión paralela de satisfacción irreal se paró y comenzó a caminar por su habitación hacia la biblioteca donde yacía aquel tomo de obras completas. Su autor preferido se encontraba desordenado en el estante y descansaba a la izquierda de aquella otra escritora que no era de su agrado. Sólo miró el libro pero no lo acomodó en el hueco donde perfectamente cabía ese ejemplar. A lo lejos se escuchaba la respiración de su hermano que dormía en el cuarto de al lado. Suave pero constante; semejante a un grave silbido atractivo.

Bajó las escaleras y marchó directo al baño. Prendió las luces y se paró frente al espejo pequeño que se encontraba sobre el lavatorio. Se miró. Estuvo así un extenso momento mirándose a los ojos como queriendo ver más allá de esas borlas verdes brillantes, húmedas todavía por el estado somnoliento en el que se hallaba. Continuó con la mirada fija en un punto ciego, pestañó y de esa forma se escapó de aquel mítico espejismo.

El agua ya corría en la bañadera y Mariano se mojaba placidamente sobre la lluvia caliente que recorría su cuerpo que todavía estaba tibio a causa de las tantas frazadas que utilizaba para taparse. Olía pues a flores primaverales cuando cerró las canillas y se secó. Subió nuevamente a su habitación y sin prestarle demasiada importancia a lo que escogía se vistió sin prisa pero con perseverancia constante. Saludó a su perro acariciándole la panza y salió de su casa con rumbo fijo pero incomprendido.

Corría una suave brisa no suficiente para despeinar su fino pelo brillante. Apenas unas esparcidas nubes intentaban coartarle al sol sus rayos que deseaban chocar contra el suelo. Allí se encontraba él parado, mirando las escaleras que bajaban a la estación de subte Pueyrredón de la línea B. Respiró profundamente. Cerró los ojos. Bajó. El tren no tardó en venir, prontamente Mariano ya se encontraba en el viajando hacia su destino final, incomprendido pero anhelado.

El vagón le mostró la respuesta a su desidiosa, casi lasciva pregunta. Se sentó. A su izquierda se encontraba sentada una pareja de ancianos que olían a naftalina como si hubiesen salido de un antiguo placard, de esos ubicados en esas viejas casas de puertas y ventanas altas. En frente suyo, a la izquierda, un chico de unos veintitrés años abrazaba y besaba a su pareja: un travesti. La gente no los miraba, ni a él, ni a nadie. En otro de los asientos se encontraban sentados una mujer y un hombre abrazados, con quienes aparentaban ser sus hijos. Ellos jugaban con un globo, alegres: reían. Frente a la familia feliz dos chicos abrazados, también, se mimaban. Él, un alto chico de mediana edad, bien vestido, recorría el cuerpo de su pareja. Él, se dejaba tocar por su novio y cerraba los ojos entreabiertos dejando leer un dejo importante de placer en su rostro.

¿Y Mariano? Mariano no podía creer que estaba a punto de encontrarse con una persona sólo para acostarse con él. Sexo. Menos aún, podía entender como traicionaría en instantes a su novio, con quien compartía su vida. Sólo dudas rondaban su mente mientras contemplaba aquel cuadro prácticamente perfecto que esbozaba la diversidad expresada por definición tautológica.

De hecho, nunca lo pudo entender. Pero lo hizo. Un recuerdo más que se adosó a otra lista de recuerdos que dormían en su cabeza. Había completado él, sin saberlo, el cuadro de aquel vagón de la heterogeneidad.

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